jueves, 6 de junio de 2013

El Secreto De La Felicidad



Imagina que mañana te despiertas con ganas de ser otra persona, te miras al espejo y decides ser tú. La prisa te abruma porque a pesar de lo surrealista del momento son las nueve de la mañana y sabes que ya tendrías que estar en clase, pero en vista del pasado más presente que lleva acechándote, de las innumerables gotas que has derramado y pañuelos que has gastado, sabes que esa mañana y en ese preciso instante, estas a un solo “me gustas” de aceptar y asumir el mundo a tus espaldas.



Así, en esa mañana de diario, en ese intento por simular ser otra persona, miras fijamente al reflejo del espejo, y con breve sorpresa por la imagen que ataca tus retinas empiezas a observar al detalle cual mínimo ángulo y recta compone al unísono todo el perímetro de su figura. Percibes su miedo, y revelas que si conocieras a esa persona del espejo, te llenaría de miedo. Percibes su ira, y si le conocieras, te llenaría de ira. Percibes su tristeza, ves sus ojos rojos e hinchados; alguien así te haría sentir en desdicha. Pero no es tan sencillo, porque si todos pensásemos igual, ese reflejo del espejo llenaría de miedo, ira y tristeza a todas aquellas personas que conociese. Pero… “¿y si así fuese?” Y como si de un momento de iluminación se tratase, tu mente, nada traicionera, revela en vivo la emoción que en ese instante sientes. Te percatas de la sonrisa de la imagen del espejo. Sientes que esa persona te está dando la pista, el primer pasó a seguir para llevar a cabo tu plan. Así, sin mucho que objetar, decides imitar aquella ligera sonrisa; al mismo tiempo, observas que el reflejo acrecienta su sonrisa, y sintiéndote en la obligación, pero no por ello en desgana, imitas nuevamente aquella estampa, y aunque con cierta dificultad por la envergadura que tal sonrisa, logras simularla a la perfección.



Algo ha cambiado, no sabes el cómo ni él porque, pero otra bombilla reveladora ilumina de nuevo aquel espejo, lo ves en sus ojos y en las arrugas que continúan su rabillo. Pensaste… “¿Qué difícil imitar esas arrugas? Parecen muy reales.” Y sin saber el cómo, de nuevo, ni el porqué, notaste que ya estaban ahí, que ya habías logrado ese efecto fascinante que desvela una sonrisa emocionada.



“¿…y si conociese a esa persona del espejo? Yo creo que me haría sonreír. Yo creo que me ha hecho imitarle” y sonríes por lo absurdo del momento, “…imagen traicionera”. Y más grande aun si cabe fue la muestra de sus dientes, tus dientes; sus labios aún más tensos, tus labios, y las comisuras aún más lejos. Algo en tu pecho, algo que notas latir. “Estúpido de mí, que delante tuve la clave, y solo me falto mirarme al espejo”

No hay comentarios:

Publicar un comentario