Absurdo, amigo mío, considerar que las opiniones son exclusivas de su propia individualidad; así pues, mientras yo diga blanco, usted dirá negro; mientras yo diga verde, usted dirá negro; y entonces, cuando ya opte por darle la razón alabando, eso pensará usted, su estúpida necedad, diré negro, y con su estúpida obstinación, usted dirá negro con orgullo considerando que su opinión, su exclusiva opinión ha calado tan hondo en mi persona que no he tenido más remedio que darle el consuelo de su satisfacción. Lo que usted no sabe, amigo mío, es que hubo un momento en mi tiempo donde paré mis pasos, volví mi cuerpo al camino y encontré un hombre callado, le dije verde y le dije blanco, le dije que puede ser transparente, le dije que el mundo no me permitía elegir con sabiduría y, al final, supe que no debía elegir, que no hay porque elegir, por que entonces, el hombre callado, al que yo consideré el hombre sabio, habría señalado al verde o habría señalado al blanco, quizá al transparente, jamás al negro, jamás el silencio hubiese sido una opción, jamás el silencio hubiese sido la posibilidad de un todo posible. ¿Y si no hubiese que elegir? ¿Y si todo fuese una invención suya, hombre obstinado? Así pues, amigo mío, yo le digo negro, si quiere oír negro, y veré su sonrisa de orgullo sin sentido, me quedaré quieto y desearé por usted que un día vuelva a mi con ganas de oír el silencio y sus posibilidades, que un día oiga todo lo que este quiere ofrecerle de la vida y, ciego a sus ojos, del mundo que le rodea.