Agarraba su mano con
toda la fuerza que la situación me lo permitía, con una cierta esperanza de
hacer imposible lo que solo el tiempo, unas horas, minutos o segundos, haría realidad. Estaba fría y desde hacía
mucho, no obtenía respuesta a mi gesto de cariño.
Miré su cara y el
pasado vino de nuevo a mi mente. Ella sonreía, hablaba, cocinaba, miraba la
imagen por la que tanta adoración tenía mientras rezaba sus oraciones diarias;
le insistía un “te quiero” que no me daba, repetía que lo sentía, repetía que
yo lo sabia, que no era necesario pronunciarlo. Me río con ligereza mientras
cae una nueva lágrima.
La miro de nuevo, buscando
una nueva señal de vida, que cada vez llegaba más y más tardía; respiraba, y yo
lo hacía con ella.
La miro de nuevo, y
espero,….y espero,….y espero….
Sabía ya estaba con ella,
su imagen real, por la que tanta adoración tenía, a la que tanto rezaba. No dude,
no había razón para dudar tratándose de ella. Respiré de nuevo y solté su mano.
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