Imagina que mañana te despiertas
con ganas de ser otra persona, te miras al espejo y decides ser tú. La prisa te
abruma porque a pesar de lo surrealista del momento son las nueve de la mañana
y sabes que ya tendrías que estar en clase, pero en vista del pasado más
presente que lleva acechándote, de las innumerables gotas que has derramado y
pañuelos que has gastado, sabes que esa mañana y en ese preciso instante, estas
a un solo “me gustas” de aceptar y asumir el mundo a tus espaldas.
Así, en esa mañana de diario, en
ese intento por simular ser otra persona, miras fijamente al reflejo del espejo,
y con breve sorpresa por la imagen que ataca tus retinas empiezas a observar al
detalle cual mínimo ángulo y recta compone al unísono todo el perímetro de su
figura. Percibes su miedo, y revelas que si conocieras a esa persona del
espejo, te llenaría de miedo. Percibes su ira, y si le conocieras, te llenaría de
ira. Percibes su tristeza, ves sus ojos rojos e hinchados; alguien así te haría
sentir en desdicha. Pero no es tan sencillo, porque si todos pensásemos igual,
ese reflejo del espejo llenaría de miedo, ira y tristeza a todas aquellas
personas que conociese. Pero… “¿y si así fuese?” Y como si de un momento de iluminación
se tratase, tu mente, nada traicionera, revela en vivo la emoción que en ese
instante sientes. Te percatas de la sonrisa de la imagen del espejo. Sientes que
esa persona te está dando la pista, el primer pasó a seguir para llevar a cabo tu
plan. Así, sin mucho que objetar, decides imitar aquella ligera sonrisa; al mismo
tiempo, observas que el reflejo acrecienta su sonrisa, y sintiéndote en la obligación,
pero no por ello en desgana, imitas nuevamente aquella estampa, y aunque con
cierta dificultad por la envergadura que tal sonrisa, logras simularla a la perfección.
Algo ha cambiado, no sabes el cómo
ni él porque, pero otra bombilla reveladora ilumina de nuevo aquel espejo, lo
ves en sus ojos y en las arrugas que continúan su rabillo. Pensaste… “¿Qué difícil
imitar esas arrugas? Parecen muy reales.” Y sin saber el cómo, de nuevo, ni el porqué,
notaste que ya estaban ahí, que ya habías logrado ese efecto fascinante que
desvela una sonrisa emocionada.
“¿…y si conociese a esa persona
del espejo? Yo creo que me haría sonreír. Yo creo que me ha hecho imitarle” y sonríes
por lo absurdo del momento, “…imagen traicionera”. Y más grande aun si cabe fue
la muestra de sus dientes, tus dientes; sus labios aún más tensos, tus labios,
y las comisuras aún más lejos. Algo en tu pecho, algo que notas latir. “Estúpido
de mí, que delante tuve la clave, y solo me falto mirarme al espejo”
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