Es un niño como otro cualquier. Alguien prepara tostadas y leche mientras él se viste para ir a la escuela; le da la mano y le enseña a cruzar la calle, siempre atento a las señales; le enseña el arte de cazar, de subirse a los árboles, de identificar lo peligroso de la naturaleza; le enseña las escrituras, lo que está bien, lo que está mal, quien es bueno y quien es malo; le da un arma, le dice que Dios lo espera, que el sacrificio será su salvación; la vende a un hombre algunos años mayor, le enseña su deber, su obligación, su responsabilidad como mujer, obligada a regalar su inocencia, su única identidad como juguete de deseo; su marido ya no la quiere, la quema con ácido, la acusa de adulterio y la lapidan, se ha portado mal y el castigo supone la pérdida de su belleza; ella es solo una niña, ¿Quién entendió que su derecho es tolerar lo que un hombre desea de ella? ¿Quién le enseñó que un hombre solo cumple su necesidad de reproducción? ¿Quién dictó que esto era lo correcto?
No es un niño como otro cualquiera, jamás lo fue; pero sí es un niño. ¿Acaso esto no tiene ninguna importancia?
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