Caminante entre caminos, rey
de reinos y hombre entre hombres. Miraba atrás entre las arenas y el polvo de sus
ligeros hombros para ver el éxito de su pasado, para ver las almas que un día
consumió, para ver los enormes lagos que las lágrimas de un pueblo, de dos,
tres pueblos, de tantos ya incontables,
desbordaron por su causa. Un día, entre otros, la muerte anuncio su llegada en
sueños, pero el rey, henchido de poder, con ansia de almas con las que limpiar
su hoja, salió al camino de la batalla, se propuso luchar contra sus sueños,
contra la ansiosa muerte, y uno tras otro caía nuevamente un reino. Ingenuo del
rey, que esperó de un pobre pastor la sangre, fue el pobre, el simple pastor
quien regaló a la muerte el destino del gran rey. La punzada de aquel sueño
llegó a su encuentro y miró adelante el gran rey sin comprender lo que sucedía,
miró hacia abajo, y en sus manos, la sangre roja, no azul -la sangre de un rey
inmortal!- gritó, y cayó cansado al suelo, cayó una lágrima también, lágrima
que ennegreció aquel lago de dolor. Lloró quien no sabía sentir, rezó quien se
creyó un Dios y murió, como todos los habríamos
de hacer, el ingenuo rey inmortal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario