Mientras cojo de la mano al ángel que empuña sin descanso el arma que al enemigo de mi alma destruye, miro el camino de rosas y espinas atrás, miro el camino de luceros al cielo, miro la luz de la mañana al final de la penumbra, luz de vida, de amor y esperanza, luz de amiga y de madre, luz que, a pesar de mi ceguera por la pena, la vanidad, el orgullo y la codicia, nunca cesó en su abrazo incondicional, incansable fuerza, y que al fin ahora entiendo, iluminó mi sendero en cada momento de mi vida.
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